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jueves, 15 de marzo de 2012

Que te alejes, lejos, muy lejos.

Te repito, desde las más honda desgracia, desde la más profunda y asquerosa distinción de mis entrañas: hoy necesito que te alejes. Lejos. Muy lejos. Tanto que no pueda distinguirte ni con la comisura de mis labios. Sin embargo pudiste correr. No se te hizo nunca difícil, y sin embargo te sigo pidiendo lo mismo hace meses. Que te alejes, Lejos, muy lejos. Yo también lo pensé; son las paredes; el recuadro de las paredes, y el marron de la puerta corrediza. Son los barrotes de mi cama, y la mesa blanca plástica de verano. Si, la misma donde me escondía a diario a comer pan casero, de un horno de barro que se derrumbo una tarde de abril. Son todas las cosas lo que me recuerdan a diario, cada vez que estoy con ellas, que mi pasado por más que cambie de camino, o vuelva a elegir, siempre es el mismo.
Y te pedi, que te alejes, Lejos muy lejos.
Pero el único que negaba el comienzo, de un salado deshielo, era yo. Quise dejar de correr, pero hoy no pude.

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