Se pensaba, todavía se pensaba, pero pensar justo ahora era extraño, raro,
Las tardecitas de los martes eran
iguales hace un tiempo. Y su sonrisa no lo
Atípico. Pero pensaba, y sin embargo
no dejaba de moverse. Se doblaba
Dejaba decir lo contrario. Salir del
trabajo, exactamente a las tres de la tarde
Virtuosamente, quien diría, una y
otra vez, repetitivamente, tomando de a
Ir, hasta el cajero, inmerso en gris
de cuatro cuadras grises (desde que comienza
Bocanadas el aire, que, ingresaba
lento sobre cada inspiración bajando, suave
El depósito hasta la arboleda de
verdes y frondosos pinos, donde termina, todo
Hasta el diafragma. Y de allí,
viajaba entre sus comisuras, inflando de a ratos
Es gris). Luego, marcar los últimos
cuatro del documento, digitar cien, y tocar
Sus mejillas, dibujando una sonrisa
entre esos dientes perfectos. Y de allí, quizás
Los cien con las yemas de los dedos,
al son de un suspiro, el de siempre, el de
Hasta la punta de sus pies,
constreñidos cada uno de sus dedos sobre su planta,
Me revientan nueve horas seguidas.
Tomo siempre el 203, siempre el mismo,
Escondidos bajo la áspera brisa del
lino verde, que se pierde inmutable bajo el
Un coche amarillo, golpeado por vaya
a saber cuantos años; la cara,
Pino despintado y ruidoso del lecho.
Pero todavía se pensaba, y pensar era
Indiferente, del pelado con el
tatuaje chino en el cuello, que aparenta no
Extraño, a la par de sentir su
cuerpo volar en cada beso, que escondían sus
Reconocerme después de viajar
durante tres años en el mismo lugar. Mi lugar,
Labios sobre cada encuentro
postergado; sobre el hecho de compartir cada tarde
Es un cómodo asiento, con la base
desencajada, que da a la ventanilla, justo en
Al lado suyo e inmutarse de ese
estremecimiento perdido entre cada uña de sus
La mitad del colectivo. Suelo mirar
el paisaje entre sueños, quizás rescato un
Dedos, que escondía, en una nerviosa
risa, o tapada de boca, o mirada furtiva
verde, o muchos grises y algún
amarillo siempre, de alguna calle recién pintada.
hacia algún punto muerto entre las
esquinas del gris de cada baldosa de aquella
Bajo, siempre en San miguel, con una
breve pasada en la panadería, ambas
Reluciente aula, prístina, y casi
brillante. Pero en que pensaba, y ahí olvidaba
Aman la torta de ricota, y por eso
la tardecita del martes es la tardecita. Otro
Que era, a medida que su rostro
enrojecía, levemente, al ritmo de cada suspiro.
Colectivo luego, y de allí hasta
Irigoin y Gaspar Campos. Y de allí unas cuadras
Pero en que pensaba, sólo pensaba.
Pensaba, en sus labios, abiertos de par en
Más, pesadísimas, encerradas en las
puntas de acero de mis botines, y la
Par, y allí el negro opaco del final
de su gélida lengua, perdida en el gris de la
Grasa que chorrea la camisa blanca.
Mis manos impávidas llegan antes que
Tarde. Y de allí, gris, de la puerta
de la que cuelga un 203 sin un cero, el de las
Nadie a tocar las rejas azules,
perdidas entre marrón polvoriento y algunos
Esquinas cernidas sobre cada pared;
el de un Jean gris, que resuena levemente
Arbustos de estación que Alicia
cuida con ahínco de la negrura y avidez
El eco de un celular, y dentro las
palabras digitales esperando entre el vaho de
Primaveral de la boca de arenita.
Con sus ojos me invita al cremoso piso
Cada suspiro, un hola como estas, un
te espero en tu casa, hoy hicimos de
Marrón; Marrón la mesa sobre el
oscuro de la cacerola, el relleno para
Comer con Alicia. E intentaba,
pensar, en algo, quería pensarlo, decirlo, mirarte
Empanadas, y mi palma asiendo el
celular, negro: ¿Dónde estas?, Con Alicia
Comer, dormir o amar. Y vacío, sobre
él, me pensaba, nos pensaba, te pensaba
Hicimos de comer. Y en la soledad del
reloj de pared (te esperaba) intentando
No quería que me salga nada, no me
salía nada más que pensar en nada
Nada, más que pensar en nada.
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