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jueves, 26 de abril de 2012

Pensar, en nada



Se pensaba, todavía se pensaba, pero pensar justo ahora era extraño, raro,
Las tardecitas de los martes eran iguales hace un tiempo. Y su sonrisa no lo
Atípico. Pero pensaba, y sin embargo no dejaba de moverse. Se doblaba
Dejaba decir lo contrario. Salir del trabajo, exactamente a las tres de la tarde
Virtuosamente, quien diría, una y otra vez, repetitivamente, tomando de a
Ir, hasta el cajero, inmerso en gris de cuatro cuadras grises (desde que comienza
Bocanadas el aire, que, ingresaba lento sobre cada inspiración bajando, suave
El depósito hasta la arboleda de verdes y frondosos pinos, donde termina, todo
Hasta el diafragma. Y de allí, viajaba entre sus comisuras, inflando de a ratos
Es gris). Luego, marcar los últimos cuatro del documento, digitar cien, y tocar
Sus mejillas, dibujando una sonrisa entre esos dientes perfectos. Y de allí, quizás
Los cien con las yemas de los dedos, al son de un suspiro, el de siempre, el de
Hasta la punta de sus pies, constreñidos cada uno de sus dedos sobre su planta,
Me revientan nueve horas seguidas. Tomo siempre el 203, siempre el mismo,
Escondidos bajo la áspera brisa del lino verde, que se pierde inmutable bajo el
Un coche amarillo, golpeado por vaya a saber cuantos años; la cara,
Pino despintado y ruidoso del lecho. Pero todavía se pensaba, y pensar era
Indiferente, del pelado con el tatuaje chino en el cuello, que aparenta no
Extraño, a la par de sentir su cuerpo volar en cada beso, que escondían sus
Reconocerme después de viajar durante tres años en el mismo lugar. Mi lugar,
Labios sobre cada encuentro postergado; sobre el hecho de compartir cada tarde
Es un cómodo asiento, con la base desencajada, que da a la ventanilla, justo en
Al lado suyo e inmutarse de ese estremecimiento perdido entre cada uña de sus
La mitad del colectivo. Suelo mirar el paisaje entre sueños, quizás rescato un
Dedos, que escondía, en una nerviosa risa, o tapada de boca, o mirada furtiva
verde, o muchos grises y algún amarillo siempre, de alguna calle recién pintada.
hacia algún punto muerto entre las esquinas del gris de cada baldosa de aquella
Bajo, siempre en San miguel, con una breve pasada en la panadería, ambas
Reluciente aula, prístina, y casi brillante. Pero en que pensaba, y ahí olvidaba
Aman la torta de ricota, y por eso la tardecita del martes es la tardecita. Otro
Que era, a medida que su rostro enrojecía, levemente, al ritmo de cada suspiro.
Colectivo luego, y de allí hasta Irigoin y Gaspar Campos. Y de allí unas cuadras
Pero en que pensaba, sólo pensaba. Pensaba, en sus labios, abiertos de par en
Más, pesadísimas, encerradas en las puntas de acero de mis botines, y la
Par, y allí el negro opaco del final de su gélida lengua, perdida en el gris de la
Grasa que chorrea la camisa blanca. Mis manos impávidas llegan antes que
Tarde. Y de allí, gris, de la puerta de la que cuelga un 203 sin un cero, el de las
Nadie a tocar las rejas azules, perdidas entre marrón polvoriento y algunos
Esquinas cernidas sobre cada pared; el de un Jean gris, que resuena levemente
Arbustos de estación que Alicia cuida con ahínco de la negrura y avidez
El eco de un celular, y dentro las palabras digitales esperando entre el vaho de
Primaveral de la boca de arenita. Con sus ojos me invita al cremoso piso
Cada suspiro, un hola como estas, un te espero en tu casa, hoy hicimos de
Marrón; Marrón la mesa sobre el oscuro de la cacerola, el relleno para
Comer con Alicia. E intentaba, pensar, en algo, quería pensarlo, decirlo, mirarte
Empanadas, y mi palma asiendo el celular, negro: ¿Dónde estas?, Con Alicia
Comer, dormir o amar. Y vacío, sobre él, me pensaba, nos pensaba, te pensaba
Hicimos de comer. Y en la soledad del reloj de pared (te esperaba) intentando
No quería que me salga nada, no me salía nada más que pensar en nada
Nada, más que pensar en nada.


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